lunes, 18 de septiembre de 2017

§ 38. BAUMAN, Zygmunt: Retrotopía, Paidós, (Trad.: Albino Santos Mosquera), Barcelona, 2017.

Ángel Arias Domínguez

El gran pensador polaco ha muerto recientemente. Y esta es su última obra publicada hasta la fecha, interesante desde el punto de vista laboral por la re-visitación de dos de los temas clásicos. El devenir del capitalismo actual (con su teoría del divorcio del poder político del poder real), y el nuevo rol institucional que el trabajo (asalario clásico) juega en este escenario económico y social difuso y líquido. Estas son sus principales aportaciones.

El concepto de retrotopía.
Toda la obra gira alrededor de un concepto que acuña, la retrotopía, que le sirve de catalizador del discurso y que va desarrollado en diferentes escenarios a lo largo del ensayo. Es un mecanismo que permite idealizar el pasado (p. 17), confundir los recuerdos, construirlos creativamente, conciliando falsamente la seguridad y la libertad (p. 18), otro de sus temas estrella de siempre. La nostalgia es su caldo de cultivo, y “fue la caída del comunismo la que dio origen a la imagen idealizada de las décadas finales del régimen soviético como una edad de oro de la estabilidad, la fortaleza y la normalidad” (p. 19).
Pero no se vuelve a un pasado real, no se recuerda como fue realmente, se idealiza un pasado inexistente, que no sucedió, irreal, ilusorio, imaginario (desde el punto de vista político el discurso ya se construyó por JUARISTI, Jon.: El bucle melancólico, Espasa Calpe, Madrid, 1997). Un pasado creado al hoc para que fuese lo que queremos que fuese, para poder proyectar sobre su falsa existencia las aspiraciones del futuro. La recuperación de ideologías del pasado, de conceptos del pasado, de las normas jurídicas del pasado (¿alguien cree, seriamente, que se puede derogar por completo una ley de reforma del ET [las del 2010 y 2012] como a veces se propone sin ningún tipo de labor legislativa complementaria?) es una enfermedad infantil del espíritu, es escarbar en la propia conciencia de lo que fue para reconstruirse un pasado a medida de lo que se pretende para el futuro. Es una deriva de la post-verdad: el pasado fue como se quiere que sea el futuro… Es, además, un mecanismo discursivo excelente, pues permite perder el tiempo en discutir qué fue y cómo el pasado, acomodándolo a cada matiz del discurso.

Divorcio entre poder y política.
Lo que más me llama la atención de su discurso sobre el divorcio de la política del poder real (abordado en pp. 50-54) es la facilidad que tiene para exponer en qué consiste dicho divorcio, qué es, sin explicar por qué se ha llegado a esta situación. En una de sus obras más célebres, Tiempos líquidos (ahora reeditados en (Tusquet, Col.: Ensayo, núm. 72, 1ª ed. en esta colección, Barcelona, 2017) expone que dicho divorcio es causa (p. 8) de la “la ausencia de control político” del funcionamiento social, lo que convierte “a los nuevos poderes emancipados en una fuente de profundas y, en principio, indomables incertidumbres”. El Estado ha perdido parte de su protagonismo en la construcción de la acción política (p. 41). Lo que se pretende, en definitiva, “es reunir de nuevo poder y política”. Pero “los problemas –los auténticos meta problemas que condicionan las posibilidades y los modos de afrontar los demás problemas- son globales y, como tales, no admiten soluciones locales; no existen, ni pueden existir, soluciones locales a problemas originados y reforzados desde la esfera global”. La única solución pasa, por tanto, porque la reunión del poder y la política lo sea a nivel global.
Más allá de esta exposición, meramente descriptica, no se enfoca cómo debe abordarse la reconciliación de ambos poderes. Quizá no sea la función de una obra de estas características.

La integración de la diversidad en el medio laboral.
Una idea fuerza muy interesante es la riqueza de la diversidad laboral, la integración de las diferencias (sociales, culturales, etc.) mediante el trabajo. Porque el mercado laboral es capaz de integrar “las idiosincrasias personales (es decir) aquellas cualidades, motivaciones e inclinaciones individuales, no en serie, que antaño había que dejar en el guardarropa de la entrada a la fábrica o al edificio de oficinas, son hoy no ya permitidas y toleradas dentro de esas dependencias, sino incluso vivamente invitadas a entrar y a quedarse en ellas, amén de efusivamente elogiadas y vigorosamente alentadas en todos aquellos que ya han sido admitidos o aspiran a serlo…/…las idiosincrasias individuales tienden a ser tratadas como partes integrantes de la descripción de los puestos de trabajo y como criterios principales utilizados en la evaluación del rendimiento del empleado”. Una vez más, tantas ya, el trabajo es llamado a cumplir una función social extraña, en principio, al propio desarrollo de la función productiva a la que está llamado.

La ‘perdida generación’ venidera.
El progreso, individual y social, durante los últimos ochenta años se ha construido sobre el trabajo. La escalera social se escalaba mediante el desarrollo de las profesiones con la fe que se profesa en otros ámbitos (Max Weber). Pero en el momento presente el escenario ha cambiado. Por dos razones. En primer lugar, porque la productividad ya no se sustenta prioritariamente sobre el trabajo humano: “lo primero que acude a la mente de muchos de nosotros cuando se menciona la palabra progreso es la perspectiva de la pronta e inevitable desaparición de un mayor número de puestos de trabajo…/…sustituidos por ordenadores y por robos contralados por ordenadores, así como de una exacerbación de la batalla por la supervivencia que habrá que librar” (p. 62). Y, en segundo lugar, porque debe renunciarse al sueño del progreso mediante el trabajo: “…son la primera generación de la posguerra que expresa un temor a retroceder (en vez de avanzar) en estatus social con respecto al alcanzado por sus padres…/…empeorar sus condiciones de vida…” (p. 62).
Si el trabajo asalariado no es capaz de servir de mecanismo distribuidor de la riqueza, si tampoco sirve como mecanismo de progreso personal, ni como mecanismo para la satisfacción de las necesidades personales y familiares, es evidente que el debate se desplaza hacia las posibilidades de que el sistema de protección social cumpla dicho rol. ¿Será este el Siglo de la Seguridad y Asistencia Social?

La edad de oro del derecho del trabajo.
Los años gloriosos del empleo han pasado, y, probablemente, para siempre. Jamás se volverá a disfrutar de la preeminencia y pujanza de la que disfrutó el empleo como mecanismo de distribución social de la riqueza, como mecanismo para la obtención de un paz laboral justa (Sagardoy Bengoechea). “Durante los Treinta Gloriosos años de la posguerra, llegó incluso a pensarse de manera bastante generalizada en algún momento que la desigualdad endémica que desgarraba la sociedad y la partía en dos naciones diferentes iba camino de extinguirse para siempre…/…y una similar mayoría de la opinión entendida/informada estaba a favor de la idea de que la salida a aquel nivel inaceptable de desigualdad…/…pasaba por facilitar a todos unos puestos de trabajo con unos sueldos que permitieran ganarse suficientemente la vida”. Este progreso pasada por mantener y sostener “una dependencia mutua entre capital y mano de obra…/…lo que obligaba a mantener a los trabajadores en unas condiciones que hicieran que su fuerza de trabajo fuese una mercancía atractiva para sus compradores potenciales a base de subvencionar la educación, la sanidad, la provisión de viviendas dignas y cualquiera otros gastos que tal finalidad exigiera: su misión consistía, por decirlo de otro modo, en compartir una parte de los costes de reproducción de una fuerza de trabajo de buena calidad para que los capitalistas pudieran pagar por esta su precio de mercado” (p. 88).
Sin embargo el mecanismo por el que se rige este post-capitalismo no es la ganancia, ni siquiera el enriquecimiento (más o menos desmedido, más o menos desproporcionado), sino la codicia (p. 90), con lo que las cifras de desigualdad y de distribución de la riqueza siguen avanzado (p. 92). La brecha cada vez es mayor entre los pobres y los ricos, los que tienen recursos y los que no.

El salario del tiempo: otium.
El último punto aprovechable desde un punto de vista estrictamente laboral es la idea que maneja de salario abonado en tiempo libre. Repara (p. 133) en que uno de los países más prósperos de la tierra, Suecia, es una sociedad que proporciona mucho tiempo libre a sus ciudadanos, con lo que se abre un mecanismo de distribución del trabajo existente distribuyendo el escaso trabajo existente, permitiendo el desarrollo de una vida social. Al trabajador se le remunera su actividad laboral mediante dos mecanismos: el abono de un salario, y la concesión de un tiempo de no trabajo. Concepto, por otra parte, ya manejados por el Profesor Alonso Olea cuando discurría sobre el escaso mercado de trabajo y sus mecanismos de reparto, y sobre el concepto de Otium, tiempo de no trabajo del ciudadano que sirve, no para descansar en sentido estricto (que para eso está el tiempo de ocio), sino para participar en la sociedad en la que se integra precisamente en su condición de ciudadano, practicando la cultura y la política.

Un libro, en definitiva, muy bien escrito (como todos los suyos), fácil de leer, sugerente, muy nutritivo y que obliga a pensar.

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