Ángel Arias Domínguez.
Slavoj Žižek es el filósofo de
moda de esta temporada, lugar que ya ocuparon Dominique Meda, Jeremy Rifkin, Richard
Sennett, Ulrich Bech o Zygmunt Bauman en otras anteriores…
La idea básica del ensayo es que la izquierda europea
necesita a los refugiados para reconstruir la maltrecha lucha de clases,
incorporando un volumen creciente de trabajadores para que engorden las filas de
los desheredados de la tierra que conforman sus votantes potenciales. El fin de
la Historia ha llegado, el liberalismo político ha triunfado (Fukuyama versus Hegel) y la lucha de clases, ese
motor oscuro de la historia (Mark dixit),
necesita nuevos clientes para seguir manteniendo vivo su característico
resentimiento.
¿Qué hacer con las personas que esperan en las puertas de
Europa para acceder a ella?. Dos respuestas pueden enunciarse. Primera, la
liberal de izquierda, pretende la apertura de Europa de par en par. La segunda,
la de los populistas antiimigración, refuerzan el modo de vida propio como
mecanismo de contención. Las dos soluciones son hipócritas en sí mismas, especialmente
la primera, porque sus practicantes “van de almas bellas que se sienten
superiores al mundo corrupto mientras en secreto participan en él: necesitan
este mundo corrupto, pues es el único terreno en el que pueden ejercer su
superioridad moral” (p. 14). Comunismo empírico versus comunismo teórico (de imprescindible lectura es: José Luis
Pardo: Estudios del malestar,
Anagrama, Madrid, 2016).
Lo cierto es que Europa, el centro del universo de la
modernidad intelectual, no ha sabido estar a la altura, perdiendo la
oportunidad de distinguirse de los dos polos que se le oponen como solución: “el
neoliberalismo anglosajón y el capitalismo autoritario con valores asiáticos”
(p. 16).
La izquierda europea está llena de tabúes y perjuicios, y
ello dificulta que articule una respuesta coherente y organizada intelectualmente,
básicamente los siguientes: la conciencia nítida y clara de que alguien cuya
historia no has escuchado es un enemigo (p. 24); la ecuación que equipara
cualquier referencia cultural al legado emancipador europeo con el imperialismo
cultural (p. 25) construyendo el rancio mantra ideológico que entiende que la
defensa de los valores europeistas convierte en sospechoso a quien lo defiende,
produciéndose así una paradoja, “se tiende a rechazar los valores culturales
occidentales justo en el momento en que, reinterpretados de manera crítica,
muchos de ellos (igualitarismo, derechos fundamentales, Estado del bienestar)
podrían servir de arma contra la globalización capitalista” (p. 26); lo que
supone, sin más, que la defensa de nuestro modo de vida es en sí mismo una
categoría fascista (p. 26), que se concreta en que cualquier critica al Islam es
tachada de islamofobia (p. 27).
De manera bastante lúcida se pregunta si detrás del flujo
de refugiados actual no existe una mente pensante que organiza la desesperación
de las gentes (p. 59), porque no es incompatible la necesidad de escapar de la
guerra y la miseria con la organización del éxodo. Porque el capitalismo
necesita, desde una perspectiva Marxista ortodoxa, un volumen de mano de obra
para poder articular sus propuestas de consumo idiota (p. 64). Pero, a la vez,
el capitalismo necesita poder controlar los movimientos de las personas. Lo que
conlleva una contradicción difícil de
superar, pues se quiere disfrutar de los beneficios del modo de vida
capitalista, occidental, pero conservando las raíces de su identidad cultural.
¿Es ello posible?. La ilusión de la integración cultural y social es el crisol
en donde se debate este problema. Y el racismo subyacente de quienes les obliga
a despojarse de sus atributos identitarios una pulsión autoritaria más que
combatir. Por eso es cuestionable si detrás la universalización de los derechos
humanos no se esconde una preferencia por valores y normas culturales
occidentales muy determinados (p. 77).
La idea de una Nativia
en donde poder colocar a todos aquellos extranjeros que no nos gustan es, cuanto
menor, una sugerencia similar a lo que acontece con Utopía (Tomas Moro dixit).
Compite con otra también interesante, la posibilidad de establecer un sistema
por el cual, como acontecía con el Apartheid en Sudáfrica, convertir a los
nacionales negros en extranjeros en su propio país, considerándoles, eso sí,
trabajadores asalariados participantes del engranaje del sistema. Prójimos
propios, extranjeros en el propio país (Camus).
Determinar quién es el prójimo es una cuestión trascendente
(p. 85), porque el prójimo, como pronosticó Freud, es, antes que nada, una ‘cosa’.
La alienación de la vida social moderna tolera y permite fácilmente la
comprensión del otro, pero sigue sin comprenderse por qué varias culturas son
incompatibles entre sí. La integración del otro, del extranjero, no sólo es
desde un punto de vista práctico imposible, sino que desde el punto de vista
teórico se encuentra con obstáculos insalvables.
El análisis se desplaza hacia el papel, el rol
institucional, que juega la religión en el problema de los refugiados. No es un
factor decisivo, solo un catalizador del odio fascista que experimentan los
refugiados (p. 98). Ahora bien, es evidente que no hay ningún potencial
emancipador en la violencia fundamentalista, por muy anticapitalista que sea. El
motor básico del fundamentalismo es la envidia, con su potencial destructor. Pero
debe diferenciarse entre el egoísta, que sólo le preocupa su propia persona,
del malévolo que procura hacer mal a los demás convirtiendo la envidia en
terror (p. 102).
¿Qué hacer? es la última pregunta del libro (p. 111).
La militarización global de la sociedad como modo de
emancipación no parece un camino razonable (p. 111), por mucho que con él se
asegure un control real de los flujos migratorios y se organicen los criterios
de aceptación (p. 112). El problema fundamental parece centrarse en la
imposibilidad de asumir mutuamente aquellos aspectos esenciales, aquellas
manifestaciones características de cada cultura religiosa. Un camino de
entendimiento sería establecer unas normas mínimas de convivencia y unos límites al respecto (p. 114). Y si
ambos mecanismos no funcionan acudir a la fuerza de la ley, debiendo rechazarse
“la imperante actitud humanitaria de la izquierda liberal: las quejas que
moralizan la situación…/…son simplemente el reverso de la brutalidad
antiimigración”.
La solución, que se veía venir desde la página primera
del libro es crear “un proyecto universal positivo” (p. 115),
ofreciéndoles a ‘los otros’ una lucha
común hacia una emancipación positiva que consiga lograr “una auténtica
coexistencia y una mezcla de distintas culturas” (p. 116). Los refugiados
son el precio que paga la humanidad por la economía global (p. 116), porque la
causa fundamental de la existencia de refugiados es, según el autor, precisamente
el capitalismo global actual (p. 118), ya que “nosotros somos aquellos a los
que estábamos esperando” (p. 122).
¿Alternativas?, no a primera vista… La izquierda radical
está pensando en que la solución, a lo mejor, es una catástrofe,
preferiblemente ecológica, que haga despertar de su letargo a las grandes
multitudes y dar así un nuevo impulso a la emancipación de una ‘clase’ aumentada
en su número en proporción al volumen de alógenos integrados. Ergo: sólo la
afluencia de un número muy considerable de refugiados puede revitalizar a la
izquierda radical europea (p. 125). De esta manera se importarían proletarios
de otros países para edificar la revolución. Probablemente así se revitalice la
lucha de clases reprimida de facto con el capitalismo de nuevo cuño.
Desde luego es una tesis muy original, y planteada en
unos términos pedagógicos que evitan (según qué lectores) disquisiciones más
profundas. Una forma peculiar de plantear el guión discursivo.
Pero, qué paradoja endiablada nos presenta el autor: la responsabilidad
en la crisis de los refugiados es –según él- del capitalismo europeo occidental
(cuya consecuencia política directa, no lo olvidemos, es el liberalismo
democrático, con el reconocimiento implícito de los derechos humanos y sociales),
que es, precisamente, el (único) motor (económico, social y cultural) que ha
permitido históricamente la liberación de los pueblos.
¿Esta el lector de este libro de acuerdo con el autor?.
El análisis discursivo es excelente, sus resultados …
Existe, sin embargo, otro enfoque: la crisis de los
refugiados sólo se solucionará cuando en vez de importarlos e intentar
integrarlos (infructuosamente) en nuestros (esquemas de) valores, seamos
capaces de exportar a sus países de origen nuestro modelo de convivencia
jurídica y económica… Es evidente que la presión demográfica se hace más fuerte
precisamente desde los países que vivieron bajo el imperio del comunismo
empírico… Una manifestación más de la eterna lucha entre el comunismo ‘empírico’ y el comunismo ‘trascendente’ (ideológico, o de salón).
Más liberalismo democrático es la solución a este problema.