lunes, 10 de abril de 2017

§ 15. Slavoj Žižek. La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror, Anagrama, Barcelona, 2016.

Ángel Arias Domínguez.

Slavoj Žižek es el filósofo de moda de esta temporada, lugar que ya ocuparon Dominique Meda, Jeremy Rifkin, Richard Sennett, Ulrich Bech o Zygmunt Bauman en otras anteriores…
La idea básica del ensayo es que la izquierda europea necesita a los refugiados para reconstruir la maltrecha lucha de clases, incorporando un volumen creciente de trabajadores para que engorden las filas de los desheredados de la tierra que conforman sus votantes potenciales. El fin de la Historia ha llegado, el liberalismo político ha triunfado (Fukuyama versus Hegel) y la lucha de clases, ese motor oscuro de la historia (Mark dixit), necesita nuevos clientes para seguir manteniendo vivo su característico resentimiento.
¿Qué hacer con las personas que esperan en las puertas de Europa para acceder a ella?. Dos respuestas pueden enunciarse. Primera, la liberal de izquierda, pretende la apertura de Europa de par en par. La segunda, la de los populistas antiimigración, refuerzan el modo de vida propio como mecanismo de contención. Las dos soluciones son hipócritas en sí mismas, especialmente la primera, porque sus practicantes “van de almas bellas que se sienten superiores al mundo corrupto mientras en secreto participan en él: necesitan este mundo corrupto, pues es el único terreno en el que pueden ejercer su superioridad moral” (p. 14). Comunismo empírico versus comunismo teórico (de imprescindible lectura es: José Luis Pardo: Estudios del malestar, Anagrama, Madrid, 2016).
Lo cierto es que Europa, el centro del universo de la modernidad intelectual, no ha sabido estar a la altura, perdiendo la oportunidad de distinguirse de los dos polos que se le oponen como solución: “el neoliberalismo anglosajón y el capitalismo autoritario con valores asiáticos” (p. 16).
La izquierda europea está llena de tabúes y perjuicios, y ello dificulta que articule una respuesta coherente y organizada intelectualmente, básicamente los siguientes: la conciencia nítida y clara de que alguien cuya historia no has escuchado es un enemigo (p. 24); la ecuación que equipara cualquier referencia cultural al legado emancipador europeo con el imperialismo cultural (p. 25) construyendo el rancio mantra ideológico que entiende que la defensa de los valores europeistas convierte en sospechoso a quien lo defiende, produciéndose así una paradoja, “se tiende a rechazar los valores culturales occidentales justo en el momento en que, reinterpretados de manera crítica, muchos de ellos (igualitarismo, derechos fundamentales, Estado del bienestar) podrían servir de arma contra la globalización capitalista” (p. 26); lo que supone, sin más, que la defensa de nuestro modo de vida es en sí mismo una categoría fascista (p. 26), que se concreta en que cualquier critica al Islam es tachada de islamofobia (p. 27).
De manera bastante lúcida se pregunta si detrás del flujo de refugiados actual no existe una mente pensante que organiza la desesperación de las gentes (p. 59), porque no es incompatible la necesidad de escapar de la guerra y la miseria con la organización del éxodo. Porque el capitalismo necesita, desde una perspectiva Marxista ortodoxa, un volumen de mano de obra para poder articular sus propuestas de consumo idiota (p. 64). Pero, a la vez, el capitalismo necesita poder controlar los movimientos de las personas. Lo que  conlleva una contradicción difícil de superar, pues se quiere disfrutar de los beneficios del modo de vida capitalista, occidental, pero conservando las raíces de su identidad cultural. ¿Es ello posible?. La ilusión de la integración cultural y social es el crisol en donde se debate este problema. Y el racismo subyacente de quienes les obliga a despojarse de sus atributos identitarios una pulsión autoritaria más que combatir. Por eso es cuestionable si detrás la universalización de los derechos humanos no se esconde una preferencia por valores y normas culturales occidentales muy determinados (p. 77).
La idea de una Nativia en donde poder colocar a todos aquellos extranjeros que no nos gustan es, cuanto menor, una sugerencia similar a lo que acontece con Utopía (Tomas Moro dixit). Compite con otra también interesante, la posibilidad de establecer un sistema por el cual, como acontecía con el Apartheid en Sudáfrica, convertir a los nacionales negros en extranjeros en su propio país, considerándoles, eso sí, trabajadores asalariados participantes del engranaje del sistema. Prójimos propios, extranjeros en el propio país (Camus).
Determinar quién es el prójimo es una cuestión trascendente (p. 85), porque el prójimo, como pronosticó Freud, es, antes que nada, una ‘cosa’. La alienación de la vida social moderna tolera y permite fácilmente la comprensión del otro, pero sigue sin comprenderse por qué varias culturas son incompatibles entre sí. La integración del otro, del extranjero, no sólo es desde un punto de vista práctico imposible, sino que desde el punto de vista teórico se encuentra con obstáculos insalvables.
El análisis se desplaza hacia el papel, el rol institucional, que juega la religión en el problema de los refugiados. No es un factor decisivo, solo un catalizador del odio fascista que experimentan los refugiados (p. 98). Ahora bien, es evidente que no hay ningún potencial emancipador en la violencia fundamentalista, por muy anticapitalista que sea. El motor básico del fundamentalismo es la envidia, con su potencial destructor. Pero debe diferenciarse entre el egoísta, que sólo le preocupa su propia persona, del malévolo que procura hacer mal a los demás convirtiendo la envidia en terror (p. 102).
¿Qué hacer? es la última pregunta del libro (p. 111).
La militarización global de la sociedad como modo de emancipación no parece un camino razonable (p. 111), por mucho que con él se asegure un control real de los flujos migratorios y se organicen los criterios de aceptación (p. 112). El problema fundamental parece centrarse en la imposibilidad de asumir mutuamente aquellos aspectos esenciales, aquellas manifestaciones características de cada cultura religiosa. Un camino de entendimiento sería establecer unas normas mínimas de convivencia  y unos límites al respecto (p. 114). Y si ambos mecanismos no funcionan acudir a la fuerza de la ley, debiendo rechazarse “la imperante actitud humanitaria de la izquierda liberal: las quejas que moralizan la situación…/…son simplemente el reverso de la brutalidad antiimigración”.
La solución, que se veía venir desde la página primera del libro es crear “un proyecto universal positivo” (p. 115), ofreciéndoles a ‘los otros’ una lucha común hacia una emancipación positiva que consiga lograr “una auténtica coexistencia y una mezcla de distintas culturas” (p. 116). Los refugiados son el precio que paga la humanidad por la economía global (p. 116), porque la causa fundamental de la existencia de refugiados es, según el autor, precisamente el capitalismo global actual (p. 118), ya que “nosotros somos aquellos a los que estábamos esperando” (p. 122).
¿Alternativas?, no a primera vista… La izquierda radical está pensando en que la solución, a lo mejor, es una catástrofe, preferiblemente ecológica, que haga despertar de su letargo a las grandes multitudes y dar así un nuevo impulso a la emancipación de una ‘clase’ aumentada en su número en proporción al volumen de alógenos integrados. Ergo: sólo la afluencia de un número muy considerable de refugiados puede revitalizar a la izquierda radical europea (p. 125). De esta manera se importarían proletarios de otros países para edificar la revolución. Probablemente así se revitalice la lucha de clases reprimida de facto con el capitalismo de nuevo cuño.
Desde luego es una tesis muy original, y planteada en unos términos pedagógicos que evitan (según qué lectores) disquisiciones más profundas. Una forma peculiar de plantear el guión discursivo.
Pero, qué paradoja endiablada nos presenta el autor: la responsabilidad en la crisis de los refugiados es –según él- del capitalismo europeo occidental (cuya consecuencia política directa, no lo olvidemos, es el liberalismo democrático, con el reconocimiento implícito de los derechos humanos y sociales), que es, precisamente, el (único) motor (económico, social y cultural) que ha permitido históricamente la liberación de los pueblos.
¿Esta el lector de este libro de acuerdo con el autor?. El análisis discursivo es excelente, sus resultados …
Existe, sin embargo, otro enfoque: la crisis de los refugiados sólo se solucionará cuando en vez de importarlos e intentar integrarlos (infructuosamente) en nuestros (esquemas de) valores, seamos capaces de exportar a sus países de origen nuestro modelo de convivencia jurídica y económica… Es evidente que la presión demográfica se hace más fuerte precisamente desde los países que vivieron bajo el imperio del comunismo empírico… Una manifestación más de la eterna lucha entre el comunismo ‘empírico’ y el comunismo ‘trascendente’ (ideológico, o de salón). Más liberalismo democrático es la solución a este problema. 

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