Carlos Cid Babarro.
Hace algún tiempo, un director general de una gran empresa, ambos con una excelente consideración en el mercado, recibió en un comité de dirección la información, por parte de la dirección de recursos humanos, de que en un determinado centro de trabajo de la Península había tenido lugar la notificación de la creación de una sección sindical, por parte de un conocido sindicato.
Me atrevo a vaticinar que no va a imaginar el lector laboralista cuál fue la pregunta que, a renglón seguido, formuló el alto directivo. Póngase, por un momento, en el lugar del CEO y trate de escudriñar su mente. Pues bien, la pregunta fue esta: “¿...y qué aporta una sección sindical?” En realidad, se trata de un eufemismo que viene a sustituir el manido “…y eso ¿para qué sirve?”
El asunto no acaba aquí, porque ante el interrogante anterior se abre un debate, en un comité de diez personas, cuyas aseveraciones y opiniones deben ser obviadas para preservar la higiene mental del lector. Baste indicar que la dirección de relaciones laborales de la compañía, recibió formalmente el encargo de hacer las gestiones necesarias para eliminar dicha sección sindical del ámbito de la empresa. Todo ello, en vista de que no se consideraba que aportase nada positivo para la buena marcha de la misma.
El episodio descrito podría tacharse de muchos modos, sin embargo a mí me viene a la mente, en primer lugar, una sola palabra: “incultura”. Y lo segundo que pienso es que la culpa no la tiene solamente el CEO en cuestión, sino el sistema educativo/formativo en el que se han desarrollado sus días previos al ejercicio profesional.
Sí señores, resulta que un CEO que se precie no puede desconocer en su formación temas de márketing, estrategia empresarial, finanzas, gestión de proyectos, ventas, operaciones, etc. Ahora bien, el tema laboral es una cuestión menor para él, una “maría”, si tomamos el viejo lenguaje de mis tiempos de colegio, lo cual delata sin remedio mi edad, dicho sea de paso.
Imaginen qué ocurriría, si el tema en debate en dicho comité fuese una hipotética propuesta del director general, en la cual plantease una idea novedosa de ingeniería financiera, en relación con la retención de IRPF a los empleados y la posibilidad de aplazar su ingreso fuera de los plazos legales, para financiar a la empresa. De inmediato saltaría el director financiero, el director de “compliance” y alguno más, advirtiendo del alto riesgo de la medida y del impacto negativo que la misma podría tener para la compañía.
Nótese que, en el caso de la barbaridad relativa al IRPF, la vulneración que se produce es la de una ley ordinaria, frente a la violentación flagrante de una ley orgánica, que tendría lugar en el supuesto de la sección sindical. El problema, de nuevo, es el desconocimiento, la incultura sobre la materia.
Sin embargo, la cuestión laboral, por suerte o por desgracia, está presente en infinidad de decisiones de altísimo voltaje en la vida de la empresa, en donde, en muchas ocasiones se juega el ser o no ser de la misma y su continuidad o no en el mercado.
Véanse, si no, los problemas de fusiones y adquisiciones de compañías; las dificultades de viabilidad de muchas empresas que han tenido que acometer medidas de alta cirugía, como el despido colectivo u otras; véanse los contenciosos derivados de la externalización de unidades productivas de la empresa y su defectuosa gestión; véanse las situaciones originadas por un clima laboral y social difícil en la empresa, que complica la toma de decisiones a alto nivel; véanse los asuntos provenientes de la competitividad, productividad y absentismo por empleado y tantos otros.
Así pues, la materia laboral requiere, o debería requerir, del interés del alto directivo, porque buena parte de sus decisiones estratégicas, al timón de la nave empresarial, se van a jugar a la carta laboral. Entonces, ¿por qué el capítulo laboral es una temática de segunda fila para una Escuela de Negocios que forma directivos? En mi opinión, porque no hemos sabido transmitir bien la importancia de la misma en el entorno empresarial.
Simplificando el debate, cabría decir que hemos convertido el asunto laboral en una materia de especialistas que solo se entienden entre ellos. De modo que, el abogado de la empresa habla con el abogado externo, que le presta apoyo, para que ambos redacten el memorándum que, en lenguaje coloquial, deberá entender el jefe. A su vez, este hará intervenir al resto de áreas que considere oportuno, para dar lugar al diseño de las medidas a tomar. De este modo, un tema eminentemente laboral, pasa a ser una cuestión estratégica o financiera que, de nuevo se debate en esos foros, quedando el laboralista para dar respuesta puntual a lo que le demanden.
¡Hagamos más márketing de las relaciones laborales! En este sentido, me alegra destacar que recientemente se ha creado la Asociación de Directores de Relaciones Laborales, que aglutina a quienes defienden la esencia de esta función, como parte estratégica de las diversas áreas que conforman la empresa, sin demérito en absoluto de ninguna otra.
Para finalizar, un último ruego: hablemos para que nos entiendan, no para demostrar que somos capaces de utilizar un florido vocabulario jurídico de altísimo nivel. Al directivo no le vamos a ganar por ese lado. Le vamos a atraer acreditando que nos necesita para gestionar la nave. Debemos llevarle al convencimiento de que, citando a un buen amigo, “la vida sin el laboralista no tiene sentido”.
Hace algún tiempo, un director general de una gran empresa, ambos con una excelente consideración en el mercado, recibió en un comité de dirección la información, por parte de la dirección de recursos humanos, de que en un determinado centro de trabajo de la Península había tenido lugar la notificación de la creación de una sección sindical, por parte de un conocido sindicato.
Me atrevo a vaticinar que no va a imaginar el lector laboralista cuál fue la pregunta que, a renglón seguido, formuló el alto directivo. Póngase, por un momento, en el lugar del CEO y trate de escudriñar su mente. Pues bien, la pregunta fue esta: “¿...y qué aporta una sección sindical?” En realidad, se trata de un eufemismo que viene a sustituir el manido “…y eso ¿para qué sirve?”
El asunto no acaba aquí, porque ante el interrogante anterior se abre un debate, en un comité de diez personas, cuyas aseveraciones y opiniones deben ser obviadas para preservar la higiene mental del lector. Baste indicar que la dirección de relaciones laborales de la compañía, recibió formalmente el encargo de hacer las gestiones necesarias para eliminar dicha sección sindical del ámbito de la empresa. Todo ello, en vista de que no se consideraba que aportase nada positivo para la buena marcha de la misma.
El episodio descrito podría tacharse de muchos modos, sin embargo a mí me viene a la mente, en primer lugar, una sola palabra: “incultura”. Y lo segundo que pienso es que la culpa no la tiene solamente el CEO en cuestión, sino el sistema educativo/formativo en el que se han desarrollado sus días previos al ejercicio profesional.
Sí señores, resulta que un CEO que se precie no puede desconocer en su formación temas de márketing, estrategia empresarial, finanzas, gestión de proyectos, ventas, operaciones, etc. Ahora bien, el tema laboral es una cuestión menor para él, una “maría”, si tomamos el viejo lenguaje de mis tiempos de colegio, lo cual delata sin remedio mi edad, dicho sea de paso.
Imaginen qué ocurriría, si el tema en debate en dicho comité fuese una hipotética propuesta del director general, en la cual plantease una idea novedosa de ingeniería financiera, en relación con la retención de IRPF a los empleados y la posibilidad de aplazar su ingreso fuera de los plazos legales, para financiar a la empresa. De inmediato saltaría el director financiero, el director de “compliance” y alguno más, advirtiendo del alto riesgo de la medida y del impacto negativo que la misma podría tener para la compañía.
Nótese que, en el caso de la barbaridad relativa al IRPF, la vulneración que se produce es la de una ley ordinaria, frente a la violentación flagrante de una ley orgánica, que tendría lugar en el supuesto de la sección sindical. El problema, de nuevo, es el desconocimiento, la incultura sobre la materia.
Sin embargo, la cuestión laboral, por suerte o por desgracia, está presente en infinidad de decisiones de altísimo voltaje en la vida de la empresa, en donde, en muchas ocasiones se juega el ser o no ser de la misma y su continuidad o no en el mercado.
Véanse, si no, los problemas de fusiones y adquisiciones de compañías; las dificultades de viabilidad de muchas empresas que han tenido que acometer medidas de alta cirugía, como el despido colectivo u otras; véanse los contenciosos derivados de la externalización de unidades productivas de la empresa y su defectuosa gestión; véanse las situaciones originadas por un clima laboral y social difícil en la empresa, que complica la toma de decisiones a alto nivel; véanse los asuntos provenientes de la competitividad, productividad y absentismo por empleado y tantos otros.
Así pues, la materia laboral requiere, o debería requerir, del interés del alto directivo, porque buena parte de sus decisiones estratégicas, al timón de la nave empresarial, se van a jugar a la carta laboral. Entonces, ¿por qué el capítulo laboral es una temática de segunda fila para una Escuela de Negocios que forma directivos? En mi opinión, porque no hemos sabido transmitir bien la importancia de la misma en el entorno empresarial.
Simplificando el debate, cabría decir que hemos convertido el asunto laboral en una materia de especialistas que solo se entienden entre ellos. De modo que, el abogado de la empresa habla con el abogado externo, que le presta apoyo, para que ambos redacten el memorándum que, en lenguaje coloquial, deberá entender el jefe. A su vez, este hará intervenir al resto de áreas que considere oportuno, para dar lugar al diseño de las medidas a tomar. De este modo, un tema eminentemente laboral, pasa a ser una cuestión estratégica o financiera que, de nuevo se debate en esos foros, quedando el laboralista para dar respuesta puntual a lo que le demanden.
¡Hagamos más márketing de las relaciones laborales! En este sentido, me alegra destacar que recientemente se ha creado la Asociación de Directores de Relaciones Laborales, que aglutina a quienes defienden la esencia de esta función, como parte estratégica de las diversas áreas que conforman la empresa, sin demérito en absoluto de ninguna otra.
Para finalizar, un último ruego: hablemos para que nos entiendan, no para demostrar que somos capaces de utilizar un florido vocabulario jurídico de altísimo nivel. Al directivo no le vamos a ganar por ese lado. Le vamos a atraer acreditando que nos necesita para gestionar la nave. Debemos llevarle al convencimiento de que, citando a un buen amigo, “la vida sin el laboralista no tiene sentido”.
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