Juan
Pablo Maldonado Montoya
Universidad
San Pablo – CEU
Es cierto: calificar a Stevenson de
laboralista es un exceso, puro voluntarismo; quizá no tanto.
Es sabido que Stevenson estudió Derecho.
Su padre, ingeniero, quería que su hijo continuase con la tradición familiar construyendo
puentes y faros. Pero, desde joven, Stevenson
quería ser escritor. Consensuó con su padre estudiar leyes, para -como grandes
juristas hicieron antes- dedicarse a escribir en los ratos libres. Aunque llegó
a ejercer la abogacía, la literatura pudo más. Lo que al él le gustaba era el
estudio del lenguaje.
Pronto aflora en Stevenson una profunda
conciencia social. Esta emerge con claridad en la poco conocida El emigrante amateur (reeditada hace
unos años en España como El aprendiz de
emigrante). Aunque fue uno de sus
primeros trabajos –escrito entre 1879 y 1880- no fue publicado hasta 1895, ya
fallecido el autor. Es una de las obras preferidas por el propio Stevenson, con
la que –como él mismo escribe- se compromete con la vida contemporánea. Sin
embargo, no gustó a los editores; para ellos la obra dejaba entrever un autor
peligrosamente posicionado al lado de los más desfavorecidos, lo que en la
sociedad victoriana resultaba poco recomendable si lo que se quería era vender
libros. El relato fue publicado por primera vez tras su fallecimiento. Casi
toda la edición fue adquirida y destruida por su propio padre, estricto presbiteriano
educado en el dogma de la predestinación, temeroso de que la convivencia de su
vástago con los emigrantes más humildes pudiera trascender.
Siempre mostró el escritor escocés su
empatía hacia los más débiles. En realidad, se siente identificado con ellos.
Pese a nacer y vivir en el seno de una familia acomodada, fue un niño
enfermizo, con afecciones respiratorias de difícil tratamiento en el frio y
húmedo clima de Edimburgo, que le mantenían en cama frecuentemente. Enfermó de
tuberculosis al poco tiempo de acabar sus estudios.
No es el conocido escritor un
revolucionario, pero tampoco elude la cuestión social. Por el contrario, está
presente en sus primeras obras. En El
emigrante amateur, Stevenson denuncia la excesiva distancia entre las
clases sociales. Para ello sirve de muestra la experiencia vivida por el propio
escritor a bordo del trasatlántico con el que hizo la travesía Glasgow-Nueva York, microcosmos que reproduce
la estructura social de su época. Mientras que los pasajeros de cubierta hacen
un cómodo viaje, con todo tipo de lujos, los de tercera viven en condiciones
inaceptables. Se limita el autor a retratar lo que él mismo ve al viajar
mezclado con esos emigrantes. No apunta soluciones; pero se desmarca del dogma calvinista
de la predestinación, y afirma que entre esos desfavorecidos se ha encontrado a
algunos de los mejores caballeros que ha encontrado en su vida. Igualmente
previene de la solución revolucionaria, a la que ve como una peligrosa ilusión,
para crédulos, que traería más problemas que ventajas, una ecatombre moral.
En la Isla del tesoro la crítica social es aún más profunda. La más
famosa novela de Stevenson es una historia de piratas que entusiasma a niños y
adolescentes. En términos literarios, la obra encaja en el género de aventuras
(estilo narrativo sencillo y entretenido, héroe en plena juventud, viaje, la
mar, exotismo, piratas y ni más ni menos que un tesoro). Obviamente es bastante
más; el trasfondo ético se palpa: el pequeño protagonista debe decidir entre el
bien o el mal, que se presenta encarnado en el atractivo personaje de John
Silver el Largo.
Dando un paso más, en la obra literaria de Stevenson en su
conjunto y en la Isla del tesoro en
particular, es posible apreciar un jurista inquieto, que centra su atención en
dos grandes temas del derecho en su siglo: propiedad y trabajo. Como los
grandes laboralistas, Stevenson se pregunta sobre el origen de la propiedad y
el valor que en ello tenga el trabajo. Desde esta perspectiva, las ideas del
autor sobre estas cuestiones no se exponen abiertamente, pero se dejan
entrever.
El protagonista ha de enfrentarse a una
elección moral, entre el bien o el mal. Parte de la tripulación de la Hispaniola se amotina, con el deseo de
apropiarse del tesoro que aguarda en la isla. El pequeño Jim tiene que elegir entre ponerse del lado de sus compañeros,
liderados por John Silver el Largo, o hacerlo a favor de la legalidad. El squire Trelawney, el doctor Livesey y el capitán Smollet son los representantes del orden
establecido; pero estos últimos persiguen lo mismo que Silver y los suyos, apropiarse del tesoro acumulado en sus
fechorías de pirata por el temible capitán Flint.
Si no fuera por los contratos de
enrolamiento, que legitiman tanto la apropiación de los beneficios de la
empresa, como las facultades directivas, unos y otros no serían más que dos
bandos enfrentados. En cierto modo, la Hispaniola
es un símil de la empresa moderna, como el motín en ella acontecido lo es
de las propuestas revolucionarias.
Es de destacar la vigencia de Stevenson.
El preclaro autor advierte de los peligros de la empresa autoritaria. El squire Trelawney, el doctor Livesey y el capitán Smollet son altivos y desdeñosos, ellos
se encargan de salvaguardar las leyes y preceptos que exigen las leyes
sociales, encarnan la rectitud moral, la justicia, la responsabilidad y el
espíritu disciplinario que pretenden inculcar a los demás, aunque el ejercicio
de tales virtudes solo les conduzca a cometer continuos desaciertos” (Molina
Foix). El que les saca del atolladero es el pequeño Jim. Para ello tiene que acabar desobedeciendo las órdenes y actuar
únicamente guiado por su iniciativa y buena fe. Una vez derrotados los
amotinados, la distancia entre el estamento dirigente y el dirigido se atempera
de forma natural. No es difícil encontrar la similitud con la evolución a la
postre experimentada por las relaciones de trabajo (progresiva limitación de
las facultades directivas del empresario y potenciación de la buena fe) como
por la sociedad en su conjunto.
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