Ángel Arias Domínguez
El gran pensador polaco
ha muerto recientemente. Y esta es su última obra publicada hasta la fecha,
interesante desde el punto de vista laboral por la re-visitación de dos de los temas
clásicos. El devenir del capitalismo actual (con su teoría del divorcio del
poder político del poder real), y el nuevo rol institucional que el trabajo
(asalario clásico) juega en este escenario económico y social difuso y líquido.
Estas son sus principales aportaciones.
El concepto de retrotopía.
Toda la obra gira
alrededor de un concepto que acuña, la retrotopía,
que le sirve de catalizador del discurso y que va desarrollado en diferentes
escenarios a lo largo del ensayo. Es un mecanismo que permite idealizar el
pasado (p. 17), confundir los recuerdos, construirlos creativamente, conciliando
falsamente la seguridad y la libertad (p. 18), otro de sus temas estrella de
siempre. La nostalgia es su caldo de cultivo, y “fue la caída del comunismo la que dio origen a la imagen idealizada de
las décadas finales del régimen soviético como una edad de oro de la
estabilidad, la fortaleza y la normalidad” (p. 19).
Pero no se vuelve a un
pasado real, no se recuerda como fue realmente, se idealiza un pasado
inexistente, que no sucedió, irreal, ilusorio, imaginario (desde el punto de
vista político el discurso ya se construyó por JUARISTI, Jon.: El bucle melancólico, Espasa Calpe, Madrid, 1997). Un pasado
creado al hoc para que fuese lo que
queremos que fuese, para poder proyectar sobre su falsa existencia las
aspiraciones del futuro. La recuperación de ideologías del pasado, de conceptos
del pasado, de las normas jurídicas del pasado (¿alguien cree, seriamente, que
se puede derogar por completo una ley de reforma del ET [las del 2010 y 2012]
como a veces se propone sin ningún tipo de labor legislativa complementaria?)
es una enfermedad infantil del espíritu, es escarbar en la propia conciencia de
lo que fue para reconstruirse un pasado a medida de lo que se pretende para el
futuro. Es una deriva de la post-verdad: el pasado fue como se quiere que sea
el futuro… Es, además, un mecanismo discursivo excelente, pues permite perder
el tiempo en discutir qué fue y cómo el pasado, acomodándolo a cada matiz del
discurso.
Divorcio entre poder y política.
Lo que más me llama la
atención de su discurso sobre el divorcio de la política del poder real
(abordado en pp. 50-54) es la facilidad que tiene para exponer en qué consiste
dicho divorcio, qué es, sin explicar por qué se ha llegado a esta situación. En una de sus obras más célebres, Tiempos líquidos (ahora reeditados en (Tusquet,
Col.: Ensayo, núm. 72, 1ª ed. en esta colección, Barcelona, 2017) expone que
dicho divorcio es causa (p. 8) de la “la
ausencia de control político” del funcionamiento social, lo que convierte “a los nuevos poderes emancipados en una
fuente de profundas y, en principio, indomables incertidumbres”. El Estado
ha perdido parte de su protagonismo en la construcción de la acción política
(p. 41). Lo que se pretende, en definitiva, “es reunir de nuevo poder y política”. Pero “los problemas –los auténticos meta problemas que condicionan las
posibilidades y los modos de afrontar los demás problemas- son globales y, como
tales, no admiten soluciones locales; no existen, ni pueden existir, soluciones
locales a problemas originados y reforzados desde la esfera global”. La
única solución pasa, por tanto, porque la reunión del poder y la política lo
sea a nivel global.
Más allá de esta
exposición, meramente descriptica, no se enfoca cómo debe abordarse la
reconciliación de ambos poderes. Quizá no sea la función de una obra de estas
características.
La integración de la diversidad en el medio laboral.
Una idea fuerza muy
interesante es la riqueza de la diversidad laboral, la integración de las
diferencias (sociales, culturales, etc.) mediante el trabajo. Porque el mercado
laboral es capaz de integrar “las
idiosincrasias personales (es decir) aquellas cualidades, motivaciones e
inclinaciones individuales, no en serie, que antaño había que dejar en el
guardarropa de la entrada a la fábrica o al edificio de oficinas, son hoy no ya
permitidas y toleradas dentro de esas dependencias, sino incluso vivamente
invitadas a entrar y a quedarse en ellas, amén de efusivamente elogiadas y
vigorosamente alentadas en todos aquellos que ya han sido admitidos o aspiran a
serlo…/…las idiosincrasias individuales tienden a ser tratadas como partes
integrantes de la descripción de los puestos de trabajo y como criterios
principales utilizados en la evaluación del rendimiento del empleado”. Una
vez más, tantas ya, el trabajo es llamado a cumplir una función social extraña,
en principio, al propio desarrollo de la función productiva a la que está
llamado.
La ‘perdida generación’ venidera.
El progreso, individual
y social, durante los últimos ochenta años se ha construido sobre el trabajo.
La escalera social se escalaba mediante el desarrollo de las profesiones con la
fe que se profesa en otros ámbitos (Max Weber). Pero en el momento presente el
escenario ha cambiado. Por dos razones. En primer lugar, porque la
productividad ya no se sustenta prioritariamente sobre el trabajo humano: “lo primero que acude a la mente de muchos de
nosotros cuando se menciona la palabra progreso es la perspectiva de la pronta
e inevitable desaparición de un mayor número de puestos de
trabajo…/…sustituidos por ordenadores y por robos contralados por ordenadores,
así como de una exacerbación de la batalla por la supervivencia que habrá que
librar” (p. 62). Y, en segundo lugar, porque debe renunciarse al sueño del
progreso mediante el trabajo: “…son la
primera generación de la posguerra que expresa un temor a retroceder (en vez de
avanzar) en estatus social con respecto al alcanzado por sus padres…/…empeorar
sus condiciones de vida…” (p. 62).
Si el trabajo asalariado
no es capaz de servir de mecanismo distribuidor de la riqueza, si tampoco sirve
como mecanismo de progreso personal, ni como mecanismo para la satisfacción de
las necesidades personales y familiares, es evidente que el debate se desplaza
hacia las posibilidades de que el sistema de protección social cumpla dicho
rol. ¿Será este el Siglo de la Seguridad y Asistencia Social?
La edad de oro del derecho del trabajo.
Los años gloriosos del
empleo han pasado, y, probablemente, para siempre. Jamás se volverá a disfrutar
de la preeminencia y pujanza de la que disfrutó el empleo como mecanismo de
distribución social de la riqueza, como mecanismo para la obtención de un paz
laboral justa (Sagardoy Bengoechea). “Durante
los Treinta Gloriosos años de la posguerra, llegó incluso a pensarse de manera
bastante generalizada en algún momento que la desigualdad endémica que
desgarraba la sociedad y la partía en dos naciones diferentes iba camino de
extinguirse para siempre…/…y una similar mayoría de la opinión
entendida/informada estaba a favor de la idea de que la salida a aquel nivel
inaceptable de desigualdad…/…pasaba por facilitar a todos unos puestos de
trabajo con unos sueldos que permitieran ganarse suficientemente la vida”.
Este progreso pasada por mantener y sostener “una dependencia mutua entre capital y mano de obra…/…lo que obligaba a
mantener a los trabajadores en unas condiciones que hicieran que su fuerza de
trabajo fuese una mercancía atractiva para sus compradores potenciales a base
de subvencionar la educación, la sanidad, la provisión de viviendas dignas y
cualquiera otros gastos que tal finalidad exigiera: su misión consistía, por decirlo
de otro modo, en compartir una parte de los costes de reproducción de una
fuerza de trabajo de buena calidad para que los capitalistas pudieran pagar por
esta su precio de mercado” (p. 88).
Sin embargo el mecanismo
por el que se rige este post-capitalismo no es la ganancia, ni siquiera el
enriquecimiento (más o menos desmedido, más o menos desproporcionado), sino la
codicia (p. 90), con lo que las cifras de desigualdad y de distribución de la
riqueza siguen avanzado (p. 92). La brecha cada vez es mayor entre los pobres y
los ricos, los que tienen recursos y los que no.
El salario del tiempo: otium.
El último punto
aprovechable desde un punto de vista estrictamente laboral es la idea que
maneja de salario abonado en tiempo libre. Repara (p. 133) en que uno de los
países más prósperos de la tierra, Suecia, es una sociedad que proporciona
mucho tiempo libre a sus ciudadanos, con lo que se abre un mecanismo de
distribución del trabajo existente distribuyendo el escaso trabajo existente,
permitiendo el desarrollo de una vida social. Al trabajador se le remunera su
actividad laboral mediante dos mecanismos: el abono de un salario, y la
concesión de un tiempo de no trabajo. Concepto, por otra parte, ya manejados
por el Profesor Alonso Olea cuando discurría sobre el escaso mercado de trabajo
y sus mecanismos de reparto, y sobre el concepto de Otium, tiempo de no trabajo del ciudadano que sirve, no para
descansar en sentido estricto (que para eso está el tiempo de ocio), sino para
participar en la sociedad en la que se integra precisamente en su condición de
ciudadano, practicando la cultura y la política.
Un libro, en definitiva,
muy bien escrito (como todos los suyos), fácil de leer, sugerente, muy nutritivo
y que obliga a pensar.
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